(He tomado la imagen de aquí)
Enriqueta y Jack llevan juntos casi toda la vida. Se conocieron en su juventud, durante un viaje, y unos meses más tarde, él dejó su Londres natal para instalarse con ella en Madrid. Se casaron y tuvieron un hijo.
Enriqueta no era una mujer muy guapa, y tampoco destacaba por su inteligencia. Era, sencillamente, una mujer simpática y divertida, y Jack la adoraba. Se llamaban mutuamente con apelativos cariñosos inventados por sí mismos, caminaban de la mano y viajaban solos por todo el mundo aprovechando las oportunidades que el trabajo de él y los campamentos escolares del pequeño les permitían. Cuando su hijo se hizo mayor y se fue de casa, Jack se jubiló y siguieron disfrutando de su mutua compañía. Siempre me resultó llamativo verlos juntos, mimándose como dos novios adolescentes, él siempre pendiente de que a ella no le faltara nada, de ponerle el abrigo y servirle el agua o el vino.
Con el paso del tiempo, los despistes de Enriqueta comenzaron a ser cada vez más evidentes. Recorrieron una batería de médicos antes de escuchar el diagnóstico: Alzheimer. Su vida no cambio casi nada. Jack seguía ocupándose en exclusiva de ella, y no quería oir hablar a su hijo de internarla en una residencia. Un día, una embolia les condujo al hospital. Él no se movió de su lado en todo el tiempo, hasta que pasados dos meses, los médicos les comunicaron que su situación era irreversible y que nunca podría volver a caminar, ni a ingerir alimentos más que a través de una sonda, ni a hablar, y la derivaron a una residencia para ancianos desahuciados.
Desde entonces, Jack no se mueve de su lado. Ella permanece sentada en su sillón, con la cabeza caída, ausente, mientras él no deja de contarle cosas, mostrarle fotos y leerle libros. Algunas tardes, los demás internos le miran sorprendidos cuando la toma en brazos -apenas pesa 40 kilos- y se pone a bailar con ella por la sala: "baila, mi pequeña, baila con tu Jack".
Estas Navidades, Jack ha rechazado todas las invitaciones de familia y amigos a comer o cenar en compañía. Sólo quiere estar con su pequeña, "ella se lo merece", dice sonriendo.
En esta época en la que tanta gente ha dejado de creer en el amor y en la bondad, me parece imprescindible contar esta historia absolutamente real de una pareja de mi familia. Si existe un amor verdadero, es el de Jack por su Enriqueta. Dios lo bendiga.
Os deseo a todos una Feliz Navidad, y que tengáis cerca a alguien que os quiera al menos la mitad que él ama a su esposa.