22 de septiembre de 2014

La maleta bajo la cama



La suave brisa mece los cabellos de María, sentada al sol en el porche de su casa. Un sol suave de principios de otoño, que acaricia su rostro sin quemarlo. Espera a su nieta, cuya llamada llorosa ha recibido hace un rato. Acaba de sufrir su primera decepción amorosa y está convencida de que el amor no existe, que es un engaño, que jamás volverá a creer en un hombre. Cuando la muchacha llega hasta ella, María decide contarle una historia de amor que conoció hace algún tiempo. 

"Hace años, una muchacha llamada Clara encontró una carta entre las páginas de un libro que había tomado prestado en la biblioteca. Era una carta de amor, tan hermosa que la hizo emocionarse. Descubrió que la carta no tenía un destinatario cuya privacidad hubiera que proteger, puesto que se trataba de una obra literaria. Averiguó el nombre del autor y decidió publicarla en la revista local en la que trabajaba, citando al mismo. Su artículo recibió centenares de comentarios emocionados y, un día, el mismísimo autor de la carta se puso en contacto con Clara para agradecerle su interés y las numerosas muestras de afecto recibidas del público.

Aquel preciso día en que Clara y Javier se conocieron gracias a la carta, se estableció entre ambos una conexión especial y una relación de confianza de las que no surgen con frecuencia en la vida. Comenzaron teorizando sobre la vida, el amor y las ilusiones perdidas, y al cabo de sólo unos días mostraron los primeros síntomas de enamoramiento. Él, que -según sus palabras- acababa de salir de una larga relación apagada por la rutina y la falta de ilusiones compartidas, parecía el más ilusionado de ambos. Al principio, Clara tenía muchas reservas a iniciar una relación en esos momentos, pero no pudo evitar dejarse llevar por el entusiasmo de Javier, y acabo poniendo todo su ser en compartir con él nuevos proyectos e ilusiones. 

Al cabo de dos meses, al acercarse el cumpleaños de Clara, él le entregó anticipadamente su regalo: un romántico viaje juntos, su primer viaje. Comenzaron a prepararlo con bastante antelación y mucha ilusión -en teoría- compartida. Ella se ocupó de los detalles y, poco a poco, fue preparando su maleta con el mayor de los primores, para que todo fuera nuevo y hermoso, como aquel amor que se estaba gestando. 

El día antes de su partida, Javier estuvo muy esquivo. No sólo no llamó a Clara como tenía por costumbre, ni le envió varios mensajes diciéndole cuánto la echaba de menos, sino que tampoco cogió el teléfono cuando ella le llamó, inquieta, a mediodía. Esa noche, cerca ya de las 12, cuando Clara esperaba noticias suyas ya en pijama, con la maleta cerrada junto a su cama, recibió por fin su llamada. Javier había pasado la tarde con su ex novia, y se había dado cuenta de que ya no podía, no quería, ir con ella de viaje. 

Clara lloró solamente una vez: mientras escuchaba las disculpas de Javier, que sonaban en su cabeza como si se tratara del argumento de un melodrama que le estuviera ocurriendo a otra persona. A continuación, colgó el auricular del teléfono, deshizo rápidamente su maleta y la guardó, vacía, debajo de su cama. En aquel momento, pensó que jamás iba a reponerse de la faena más grande que ningún hombre le hubiera hecho y que, precisamente, le acababa de hacer el único en cuyo amor había creído ciegamente. Sin embargo, no hay analgésico más efectivo que la decepción. Gracias a ello, no hubo más lágrimas desde entonces. 

Con el tiempo, Clara fue comprendiendo que, probablemente, ella no había sido la única engañada en esa historia. Era muy posible que él se hubiera engañado también a sí mismo todo el tiempo, deseando sentir de nuevo la ilusión perdida años antes. Posiblemente, ella no había sido más que un daño colateral involuntario."

Acabado el relato, María toma la mano de su nieta, que ha estado escuchando atentamente la narración. El amor, le dice, no deja de existir porque alguien no nos quiera. Ni porque nos haya querido y deje de hacerlo. A veces también la culpa es nuestra, por querer ver amor donde sólo hay ilusiones edificadas sobre cimientos de cristal. Otras veces, alguien intenta salir de una historia de la que se siente dependiente, buscando desesperadamente ilusionarse en otra nueva, y esto siempre es un error. Uno de los errores más grandes que podemos cometer. Además de injusto con la persona que hace las funciones de segundo clavo, sin tener la más remota idea de su papel en la historia.

- En cualquier caso, mi querida niña -dice María a su nieta dulcemente- no dejes nunca de creer en el amor. Te aseguro que algún día lo conocerás, como también hizo Clara tiempo después de aquello. Y como yo. Anda, ve un momento a mi cuarto y trae aquí el retrato de tu abuelo que tengo sobre la mesilla-.

La muchacha se dirigió hacia el dormitorio de su abuela, rodeó la gran cama para llegar hasta la mesita de noche y, al inclinarse para tomar la fotografía, se golpeó el pie con algo duro, dejando escapar un grito ahogado. Se puso de rodillas, levantó el faldón de la colcha y descubrió, bajo la cama, una pequeña maleta de viaje. Vacía. 


27 de junio de 2014

Adiós, Ana María


Hace dos días, mientras trabajaba, me enteré de la muerte de Ana María Matute. Una gran pérdida para el mundo de las letras, en el que consiguió galardones tan importantes como el Cervantes, el premio Nacional de las Letras, el Planeta y el Nadal. Para mí personalmente, su fallecimiento supone la pérdida de la persona a quien debo mi afición a la escritura y, concretamente, a los cuentos. Fue leyendo sus cuentos de niños tristes y desamparados que nacieron en mí el amor por el género y el deseo de escribir. A los 12 años, inspirada por los suyos, comencé a escribir mis primeros cuentos cortos, y una novelita a la que pomposamente titulé "La mansión de Cheventry". Casi todos ellos -novela incluida- se han perdido en varias mudanzas, mías y de mis padres. Lo mismo que la mayoría de los cuentos que muchos años después inventé para mis hijos, y que nunca llegué a escribir. Lo que no se perdió nunca es la inspiración que le debo a esta mujer tan importante en mi vida. Aunque en los últimos años, sean más los ratos que paso sumida en la frustración del folio en blanco que en la escritura.

Gracias, maestra. Descansa en paz.


30 de mayo de 2014

Los escombros de lo efímero


Cuántas veces había escuchado a su madre, desde que era apenas un chaval de pantalones cortos y rodillas descarnadas, que nada es para siempre. Y sin embargo, había tenido que llegar a la cuarentena para comprenderlo realmente. Tanto tiempo creyendo que la felicidad emanaba de la permanencia  de las posesiones: poseer a alguien y ser poseído, contar con una casa, un coche o un buen despacho. Y ahora que, de repente, no poseía casi ninguna de esas cosas, su vida transcurría de forma apacible y, la mayoría de los días, salía a la calle con una sonrisa en su rostro y un brillo infantil en la mirada. Ya no esperaba nada de nadie, sabiendo que todos iban de paso por su vida. Procuraba no sentirse triste ante lo efímero de las presencias amables, que en los últimos tiempos pasaban fugazmente de camino hacia otros destinos. Solía pensar que todos ellos habían caído por azar a su lado, como viajeros de un tren de largo recorrido que tuviera que detenerse por accidente en un apeadero no programado. No esperaba que nadie decidiera quedarse; se consideraba sencillamente afortunado por cada pequeño gesto de cariño recibido. Todos habían sido un regalo extraordinario. 

Sentado sobre una roca frente a aquel mar de color gris que rizaba su superficie con el viento, comprendió que ahora, con los bolsillos más vacíos que nunca, era razonablemente feliz. Porque había aprendido, casi sin darse cuenta, a guardar los escombros, las virutas de los momentos felices. Ahora que todo en su vida era efímero, bastaba agradecer, simplemente, que pasara.  


19 de abril de 2014

Aún me necesitan. O no.



Mi hijo lleva fuera de casa 12 días. Es la primera vez que viaja sin sus padres. no porque hayamos sido de unos padres excesivamente protectores en ese sentido, sino porque hemos respetado siempre sus deseos a la hora de trazar los planes vacacionales. Y estos chicos, no sé por qué, nunca han querido ir ni siquiera de campamento. Ahora el pequeño está en Nueva York, de intercambio. Ha viajado con otros 22 compañeros de clase y con tres padres voluntarios del AMPA. Salvo contadas excepciones, mi vida durante estos días se centra en recibir noticias suyas, generalmente a través de los tres padres acompañantes, que cada día nos envían fotografías e información sobre los chicos. 

Hoy he tenido noticias de mi hijo. Aleluya.


En cuanto he recibido la notificación de su mensaje de whatsapp, he pegado un brinco llevada por el impulso del amor materno. Se acuerda de mí -he pensado-, le apetece contarme lo bien que lo está pasando, decirme que tiene ganas de volver, que me quiere, dejarme tranquila respecto a su fiebre de los primeros días, sentir el contacto tranquilizador de su madre... 

Ay. Una lágrima vibra indecisa en el borde de mis pestañas. Abro el mensaje.

- ¡Mamá! ¿Me metiste dólares en algún otro sitio aparte de la cartera y el bolsillo de la maleta?!

Muero de amor...

Y me pregunto también si debo de llamar al dentista para una revisión, a su vuelta de Nueva York. El tercer escondite que utilicé para los dólares era su bolsa de aseo.



8 de abril de 2014

Por qué escribo



Hace unos días escribí unos versos y los publiqué, como alguna otra vez, en Twitter, para desear buenas noches. Normalmente suelo dejar una cita de algún poeta, pero muy de vez en cuando, me asaltan las ganas de escribir algo propio. La última noche que lo hice, alguien leyó mis versos de aficionada sin pretensiones y los criticó al día siguiente, sin mencionarme directamente -no era necesario-. 

La crítica iba dirigida a la poca vergüenza de quienes escriben unas frases cortas con rima y creen que eso es hacer poesía. No puedo estar más de acuerdo con el fondo: admiro demasiado a los poetas, como para llegar a creer que lo que yo hago a veces, sea algo ni remotamente comparable. Sin embargo, no deja de parecerme curioso, y enormemente aventurado, que tales críticas vengan de alguien sin la sensibilidad ni los conocimientos de métrica suficientes como para agrupar cuatro palabras en un ripio. Nada sorprendente, por otra parte, puesto que aventurarse a criticar lo que ni de lejos somos capaces de hacer nosotros mismos, es un deporte muy español.

¿Por qué escribo, entonces, siendo perfectamente consciente de que no soy Shakespeare? La respuesta es bien sencilla y admite diversas opciones, a cuál más cierta. La primera razón es la más directa y fácil de responder: escribo, señores míos, porque me da la real gana. A partir de ahí, podría aducir otros motivos, como todas esas sensaciones agradables que la escritura me ha regalado, esos momentos bajos de los que escribir me ha ayudado a salir  y volver a plantarme una sonrisa en la cara. El último de mis motivos, quizá, es que hay algunas personas que aprecio y por las que me siento apreciada, que me animan a seguir escribiendo. Además, la mejor escuela de escritores es la práctica. Y, aunque no haya de llevarnos a ninguna parte, al menos el camino recorrido es lo suficientemente agradable por sí mismo como para no dejar que crezcan en él las malas hierbas. 

¿Qué te gustaría haber sido si hubieses podido elegir una profesión diferente? Novelista. ¿Qué es lo que más alegría te produce cuando te sientes triste? Escribir. ¿En qué te agradaría ser especialmente hábil? Escribiendo. He aquí mis respuestas. 

Dudo mucho que ningún poeta vaya a retorcerse en su tumba por culpa de mis escritos. No creo que a nadie haga daño que utilicemos nuestra libertad para escribir lo que nos venga en gana, para experimentar con palabras, ritmos y métricas. Además, la palabra escrita tiene una enorme ventaja, y es que este es uno de esos ámbitos en los que el ser humano puede ejercer su libertad, escogiendo lo que desea leer y lo que no. Es tan sencillo elegir una lectura, tan fácil saltar de un libro a otro, como de un perfil a otro de Twitter. Razón ésta por la cuál me resulta de todo punto inútil y ciertamente estúpido, obligarse a sufrir con los ripios de alguien que no nos agrada.

Por mi parte, sólo me queda añadir una cosa: a ti que me lees, GRACIAS.


7 de abril de 2014

Sueña




La noche es mi consuelo,
La negra luz del día.
Lugar donde los sueños
despliegan rebeldías,

Donde nuestros desvelos
se tornan naderías,
y las grandes pasiones
lo normal de la vida.

No te rindas, mi dueño,
no cejes, vida mía,
Si te quedas te enseño
a soñar todavía.


26 de febrero de 2014

Que nunca te haga sentir culpable




Pensó que quizá no debería haberle hablado de aquella manera, pero estaba tan enfadada... 

-¿Cuánto tiempo llevaré aquí?-, se preguntó. Estaba oscuro, muy oscuro. No como cuando oscurece y el cielo está nublado, y cuesta ver las siluetas de los árboles y los charcos del camino, sino mucho más oscuro: totalmente negro. Y ese silencio... El silencio más profundo y brutal que había escuchado nunca. No se escuchaba siquiera el sonido del silencio. Si se quedaba muy quieta, conseguía escuchar su propia respiración.

Sentía los hombros agarrotados y un leve hormigueo recorría sus brazos, que comenzaban a adormecerse. Intentó flexionar las piernas, pero su rodilla chocó contra algo y tuvo que dejar de intentarlo. 

Pensó que, en cualquier caso, él no tardaría en venir a buscarla. Siempre volvía. La perdonaba siempre. Antes de lo que pensaba, la sacaría de allí y la llevaría a casa abrazándola por el camino. Y todo estaría bien, como antes. Aunque si era sincera consigo misma, la verdad es que las cosas habían ido mucho mejor en otra época: cuando ella hacía siempre lo que él le pedía. Con los años, se había vuelto terca y desobediente, y él no tenía más remedio que enfadarse con ella muchas veces. Por su bien. Porque él la quería muchísimo, de eso estaba segura. Además, se lo decía con frecuencia.

-Volverá enseguida-, pensó. -Seguro que me perdona, me dará una nueva oportunidad de hacer las cosas bien, como a él le gustan-. 

-Ay, pero ¿por qué tarda tanto? ¿Y por qué no recuerdo nada del último día? Y este dolor de cabeza... Dios, que venga pronto-.

Sentía más frío, y una terrible humedad que le calaba los huesos. Intentó cubrirse el cuerpo con los brazos, pero ya no podía moverlos. Le costaba también respirar, y empezaba a tener sueño, mucho sueño. Pensó que podía dormir un poco mientras esperaba que él viniera a buscarla. Tal vez cuando despertase de nuevo, ya no le dolería tanto la cabeza.



_ . _ . _ . _ . _



Los perros tiraban con fuerza de sus correas mientras corrían impacientemente entre los árboles. El inspector se apresuraba para alcanzarlos, siguiendo a sus hombres por la senda. Por fin, los animales se detuvieron junto a un muro de piedra mohosa. Allí, al pie de un viejo almendro, la tierra presentaba el aspecto de haber sido removida no hacía mucho. 

Estuvieron cavando una media hora, hasta que las palas chocaron contra algo duro. Encontraron una ruda caja de pino. En su interior, el cuerpo de una mujer joven y aún hermosa. Su cabello era largo y rojizo, salvo en la parte posterior de su cabeza, donde una mancha marronácea sugería un fuerte golpe en el cráneo.

Se llamaba Enya.



(Fotografías: Oleg Oprisco).


24 de febrero de 2014

Déjame cuando llueva




El día en que se marchaba,
sobre sus ojos llorosos,
caía fina la lluvia,
desdibujando su rostro.


Nadie supo que lloraba,
ni siquiera los curiosos.


9 de enero de 2014

Versos perversos





Hasta la vista

Que si nunca lo fui, tú sí lo eras
Si es que también valoras ser amado.
Que si a ti ya te sobra, alguien lo quiera
Que si ya no lo quieres, lo regalo.

Si vuelves del olvido

Surgirás del silencio un nuevo día
Como si hubiese sido ayer tu último beso
Y querrás que parezca que no había
Olvido, o más que eso.

Al final


¿Y sabes qué te digo, 

Amigo mío?
Aunque no fuera cierto 

Lo he vivido
Creyendo hasta el final 

Lo que he sentido.
De los dos por lo tanto

Yo he vencido.


La cama vacía

Cuando en la mañana
Extiendo mi mano,
Tocando tu ausencia
Creo que fue un sueño.
Mas llega de pronto
Tu olor y comprendo:
Te tuve,
Lo sé.
Y ya no te tengo.



No es amor, y así me vale

Pensé yo que te amaba en ese instante
Te eché de menos dos días más tarde
Creo que no es amor, y así me vale
Lo que dura un momento inolvidable.


Hoy tampoco te llamé

Foto de aquí

Ha salido el sol. No lo tenías previsto, lo sé. Probablemente habías encargado un día gris para mí. Uno de esos en los que me pongo nostálgica y pienso que te necesito, y acabo marcando tu número. Me desperté y estaba lloviendo, pero ¿sabes qué hice? Eché las cortinas para ignorar la lluvia, permanecí dentro de casa con las luces prendidas y la música bien alta. Y me sentía tan a gusto... Y por fin, hace un rato, he percibido el brillo del sol tras las cortinas. ¡Sí! He apagado las luces y he abierto bien las ventanas, para dejarme bañar por los rayos que llegaban hasta mi butaca preferida (esa sobre cuyos brazos te lloré tantas veces). No entraba demasiada luz, pero sí la suficiente. Porque creo que no llegaste a enterarte de que ahora, desde hace un tiempo, las cosas más pequeñas son capaces de darme las alegrías más grandes. Sobre todo desde que aprendí a encontrarlas por mí misma.