12 de septiembre de 2012

Recomenzando



Se había marchado de vacaciones con el ánimo agotado por las responsabilidades de la vida diaria, el desánimo de que probablemente a su regreso el ambiente laboral en el que se había sentido cómoda hasta entonces podía darse literalmente la vuelta, y la nostalgia anticipada ante la inminente partida de un compañero entrañable con el que había compartido risas en esos años. Una decepción personal le añadía además un peso extra a la mochila del cansancio acumulado. Se propuso aprovechar el tiempo ese verano para desconectar, descansar y olvidarse de todo lo que no le aportara alegría, de todo lo que la hiciera sentirse mal, sentirse pequeña y desvalida como un niño al que nadie acaricia. 

Alquiló una casita blanca de contraventanas azules, sobre un promontorio frente al mar, y aprovechó el tiempo para recomponer los pedazos de su alma y las fuerzas de su cuerpo, que ya no era tan joven. Pasó los días devorando libros, paseando, pintando, y meditando sobre la vida que había llevado en los últimos tiempos, la vida que desearía vivir, la que consideraba adecuada para ella, la deseable para quienes la rodeaban, y los posibles puntos de intersección entre todas ellas. 

Los días pasaban lentamente, sumida en esa maravillosa sensación de libertad que da el no verse sujeto a la dictadura del reloj. Una libertad que le permitía, por primera vez en mucho tiempo, vaciar la mente de todo lo superfluo y ocuparla en cosas que en los últimos meses no se había detenido a cuestionar, sumida en la vertiginosa huída hacia adelante de la vida cotidiana. Se permitió el lujo, incluso, de quedarse quieta a ratos,  reclinada sobre una hamaca en el porche, mirando únicamente el vaivén de las olas. Sin tener que pensar, sin prisa para nada. Y en algunas ocasiones (con frecuencia le ocurría al amanecer, mientras el sol comenzaba a asomar lentamente sobre la línea del mar), se sorprendió pensado en la utopía de la felicidad plena. Algo que más de una vez la había mantenido ocupada sintiéndose desgraciada por su ausencia, y le había impedido disfrutar de los pequeños momentos felices que, sin darse apenas cuenta, la iban asaltando cada día (como dice Punset, "la felicidad se encuentra muchas veces en la sala de espera de la felicidad").

Se dio cuenta de que, cuando no se aferraba de forma testaruda a esa necesidad de alcanzar la felicidad, no se veía sometida al estrés por conseguirla y era capaz de dejarse llevar por la ilusión de las pequeñas cosas. Una ilusión que nada tenía que ver con el conformismo de los resignados, de los que cierran los ojos para seguir viviendo una vida mediocre, aunque tengan en sus propias manos, al alcance, la posibilidad de ser mucho más felices. La ilusión de quien de verdad está deseando vivir y es capaz de encontrar el valor necesario para tomar las riendas de su vida. De escuchar a su propio corazón, de intentar no culpar a otros, porque nadie tiene la llave de nuestra felicidad ni es culpable de nuestras decisiones ni de nuestra cobardía para tomarlas. Como mucho, pensó, si hubiera que buscar culpables, somos nosotros mismos a veces los que permitimos que nos hagan daño, otorgando un poder excesivo a personas que no lo merecen, a quiénes, dijeran lo que dijeran, demuestran con sus actos que no nos quieren. Recordaba una frase de un biólogo chileno, Humberto Maturana, leída en el blog de Mertxe Pasamontes, que decía: "los seres humanos surgimos del amor y dependemos de él, y nos enfermamos cuando éste nos es negado en cualquier momento de la vida", y para ilustrarlo contaba que en algunas culturas primitivas, cuando un enfermo acudía ante el brujo de la tribu aquejado por algún dolor, éste le preguntaba: "¿quién no te quiso hoy?". 

Pensó que, a veces, nuestra ceguera frente a los demás seres humanos, nos lleva a la decepción y el sufrimiento, pero por suerte, es un tipo de ceguera de las que se curan cerrando una puerta, una vez que maduramos y asimilamos que el mundo no se acaba porque alguien deje de querernos. Pasaron los días. Una mañana, comprendió que casi sin darse cuenta había recorrido una buena parte del camino. Había sufrido, había pasado demasiado tiempo triste, pero debía de perdonarse por ello. Tenía derecho a reconocer ante sí misma que no era tan fuerte como los demás creían, a sentir sus propias emociones, buenas o malas. Pero tenía también la obligación de cambiarlas, y sólo ella tenía el poder para conseguirlo, sola o en compañía, con o sin amor.

Puesto que no sirve para nada lamentarse, y que además la observación le había demostrado que cuanto más afecto ofrecía a su alrededor, más feliz se sentía, se propuso intentar vivir cada día como si fuera el último, regalando saludos y sonrisas, y comprobó inmediatamente que cada sonrisa que regalaba a un desconocido, se le devolvía aumentada en las bocas de otros. Tal vez no había llegado aún a la felicidad, pero sin duda, pensó, estaba en el camino. 

Como lo estamos todos. Es sólo que a veces, nos cuesta verlo.





7 de septiembre de 2012

Primavera



Atrás queda el invierno frío y muerto
Que ha dejado desnudos nuestros brazos

Se llevó los sonidos que endulzaban
Las mañanas de siempre en este bosque
Se llevó el aleteo de los pájaros,
Sus hermosas canciones de maitines

Nos dejó solitarios, tristes, pobres
Huérfanos de tu luz, que tanto amamos

Pero ya estás aquí, astro imponente
Nos devuelves la sangre a nuestras ramas
Volverán a llegar los pajarillos
Y a croar en el agua nuevas ranas

Volveremos a oír dulces canciones
Y tornará a latir el bosque entero
Porque gracias a ti, ya es primavera
Y se inunda de luz la vida entera.


El negrito de los ojos verdes



El niño de los ojos de aceituna nunca sonríe 
Tan menudo, tan tierno, le ensombrece el alma una gran pena
Porque perdió a su ángel muy temprano
Porque la negra que lo apretaba contra su pecho
Que lo acunaba al ritmo de una nana
Le dejó muy solito una mañana
 
Ya no escucha su voz cuando hay tormenta
Ya no siente sus manos en su cara
Cuando siente dolor, pena y tristeza
Ya no encuentra sus ojos azabache
Cada vez que regresa de la escuela
 
Cuando los niños blancos le desprecian
Cuando le dicen cosas de su padre
Que pasó por la isla de viaje
Y enamoró con su verde mirada a su negra añorada
 
No llores más mi negro de ojos verdes
No llores más mi amor, que aquí me tienes
Cada noche la escucha susurrando
Junto a su oído siempre estas palabras
Y le pide llorando que lo lleve
En sus brazos volando al firmamento
 
Que esta vida sin ti, mamita linda, no la quiero
Que me pesa vivir sin tus abrazos
Sin la dulce caricia de tus besos
Sin tus manos suaves en mi pelo
 
Me enseñaste que Dios era un ser bueno
Que quería a sus hijos desde el cielo
Mas no entiendo por qué me hizo a mí esto
Se llevó la mitad de mi existencia
Y me dejó solito en esta tierra.

4 de septiembre de 2012

La vida después (libro)




Uno de los libros que he leído este verano es la última novela de la escritora y periodista gallega Marta Rivera de la Cruz. Me lo prestó mi amiga Cristina y me ha gustado mucho. Fluido y fácil de leer, te engancha a seguir la historia a pesar de la ausencia de misterio en sus páginas. Es un libro que aborda las emociones y relaciones humanas, centrándose en la amistad de toda una vida entre un hombre y una mujer. Un concepto en el que muchos no creen, dentro y fuera del libro. 

La protagonista  es una mujer que acaba de perder trágicamente a su mejor amigo, quien ha sido la persona más importante de su vida. A lo largo del libro se va observando cómo casi todas las personas que conocieron a ambos habían creído siempre que entre ellos había mucho más que amistad, que eran amantes. Además de estar muy bien escrito, a mi juicio por supuesto, el libro contiene algunas frases que me gustaron especialmente:

“Tal vez es que la desdicha nos vuelve más sabios, más comprensivos... Y también más buenos".

"El ser humano nace con el derecho a ser feliz, y ese derecho implica también una obligación. La felicidad es también una cuestión de voluntad, de perseverancia. Recuerda siempre que no hay nada de malo en querer estar vivo".


La vida después, Marta Rivera de la Cruz, 2011.


@microcuentos para una partida




-"Si tú supieras lo importante que eres..."-,
susurró él mientras ella lloraba incrédula su olvido. 
-"Si tú supieras"- repitió, tomando el tren 
que lo sacaba de su vida.

* * * * * *

Cuando el orgullo supere al cariño,
O te nieguen el pasado vivido,
Cuando prefieran la soledad a tu compañía 
y te conviertas en parte del mundo,
Habrá llegado el momento de partir.

* * * * * *



Despertó sudando. Descubrió que todo lo hermoso 
que había visto en él, había sido un sueño. 
La realidad era fea y decepcionante, y decidió cambiarla.

* * * * * *


Soltó una lágrima al salir cerrando aquella puerta. 
Dentro, dejaba lo más bello que creía haber vivido. 
Pero sabía ya que lo había soñado, y que
la VIDA era, en verdad, lo que esperaba fuera.

* * * * * *

Dejó de llorar su ausencia, secó sus lágrimas, 
levantó el rostro y vio sorprendida 
lo maravilloso que era todo lo demás. 
Y vivió.




It may be over but it won't stop there,
I am here for you if you'd only care.

You touched my heart, you touched my soul.
You changed my life and all my goals.
And love is blind and that I knew when,
My heart was blinded by you.

I've kissed your lips and held your head.
Shared your dreams and shared your bed.
I know you well, I know your smell.
I've been addicted to you.

Goodbye my lover
Goodbye my friend
You hace been the one,
You have been the one for me.