Se había marchado de vacaciones con el ánimo agotado por las responsabilidades de la vida diaria, el desánimo de que probablemente a su regreso el ambiente laboral en el que se había sentido cómoda hasta entonces podía darse literalmente la vuelta, y la nostalgia anticipada ante la inminente partida de un compañero entrañable con el que había compartido risas en esos años. Una decepción personal le añadía además un peso extra a la mochila del cansancio acumulado. Se propuso aprovechar el tiempo ese verano para desconectar, descansar y olvidarse de todo lo que no le aportara alegría, de todo lo que la hiciera sentirse mal, sentirse pequeña y desvalida como un niño al que nadie acaricia.
Alquiló una casita blanca de contraventanas azules, sobre un promontorio frente al mar, y aprovechó el tiempo para recomponer los pedazos de su alma y las fuerzas de su cuerpo, que ya no era tan joven. Pasó los días devorando libros, paseando, pintando, y meditando sobre la vida que había llevado en los últimos tiempos, la vida que desearía vivir, la que consideraba adecuada para ella, la deseable para quienes la rodeaban, y los posibles puntos de intersección entre todas ellas.
Los días pasaban lentamente, sumida en esa maravillosa sensación de libertad que da el no verse sujeto a la dictadura del reloj. Una libertad que le permitía, por primera vez en mucho tiempo, vaciar la mente de todo lo superfluo y ocuparla en cosas que en los últimos meses no se había detenido a cuestionar, sumida en la vertiginosa huída hacia adelante de la vida cotidiana. Se permitió el lujo, incluso, de quedarse quieta a ratos, reclinada sobre una hamaca en el porche, mirando únicamente el vaivén de las olas. Sin tener que pensar, sin prisa para nada. Y en algunas ocasiones (con frecuencia le ocurría al amanecer, mientras el sol comenzaba a asomar lentamente sobre la línea del mar), se sorprendió pensado en la utopía de la felicidad plena. Algo que más de una vez la había mantenido ocupada sintiéndose desgraciada por su ausencia, y le había impedido disfrutar de los pequeños momentos felices que, sin darse apenas cuenta, la iban asaltando cada día (como dice Punset, "la felicidad se encuentra muchas veces en la sala de espera de la felicidad").
Se dio cuenta de que, cuando no se aferraba de forma testaruda a esa necesidad de alcanzar la felicidad, no se veía sometida al estrés por conseguirla y era capaz de dejarse llevar por la ilusión de las pequeñas cosas. Una ilusión que nada tenía que ver con el conformismo de los resignados, de los que cierran los ojos para seguir viviendo una vida mediocre, aunque tengan en sus propias manos, al alcance, la posibilidad de ser mucho más felices. La ilusión de quien de verdad está deseando vivir y es capaz de encontrar el valor necesario para tomar las riendas de su vida. De escuchar a su propio corazón, de intentar no culpar a otros, porque nadie tiene la llave de nuestra felicidad ni es culpable de nuestras decisiones ni de nuestra cobardía para tomarlas. Como mucho, pensó, si hubiera que buscar culpables, somos nosotros mismos a veces los que permitimos que nos hagan daño, otorgando un poder excesivo a personas que no lo merecen, a quiénes, dijeran lo que dijeran, demuestran con sus actos que no nos quieren. Recordaba una frase de un biólogo chileno, Humberto Maturana, leída en el blog de Mertxe Pasamontes, que decía: "los seres humanos surgimos del amor y dependemos de él, y nos enfermamos cuando éste nos es negado en cualquier momento de la vida", y para ilustrarlo contaba que en algunas culturas primitivas, cuando un enfermo acudía ante el brujo de la tribu aquejado por algún dolor, éste le preguntaba: "¿quién no te quiso hoy?".
Pensó que, a veces, nuestra ceguera frente a los demás seres humanos, nos lleva a la decepción y el sufrimiento, pero por suerte, es un tipo de ceguera de las que se curan cerrando una puerta, una vez que maduramos y asimilamos que el mundo no se acaba porque alguien deje de querernos. Pasaron los días. Una mañana, comprendió que casi sin darse cuenta había recorrido una buena parte del camino. Había sufrido, había pasado demasiado tiempo triste, pero debía de perdonarse por ello. Tenía derecho a reconocer ante sí misma que no era tan fuerte como los demás creían, a sentir sus propias emociones, buenas o malas. Pero tenía también la obligación de cambiarlas, y sólo ella tenía el poder para conseguirlo, sola o en compañía, con o sin amor.
Puesto que no sirve para nada lamentarse, y que además la observación le había demostrado que cuanto más afecto ofrecía a su alrededor, más feliz se sentía, se propuso intentar vivir cada día como si fuera el último, regalando saludos y sonrisas, y comprobó inmediatamente que cada sonrisa que regalaba a un desconocido, se le devolvía aumentada en las bocas de otros. Tal vez no había llegado aún a la felicidad, pero sin duda, pensó, estaba en el camino.
Como lo estamos todos. Es sólo que a veces, nos cuesta verlo.
Me ha encantado la entrada. Al final la vida no es más que el conjunto de esos pequeños grandes momentos que merecen la pena ser vividos como si no hubiera un nuevo mañana. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias David, y bienvenido a mi blog. Gracias también por dejar tu comentario, porque este blog, sin vosotros, no sería lo mismo.
EliminarUn saludo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarSiempre me ha gustado escribir y acabo de empezar ahora en mi blog por lo que aun voy algo perdido. Gracias a ti por ofrecernos esta lectura que viene muy bien para volver a empezar otra vez. Un saludo
EliminarPues si te gusta escribir, no lo dejes. Yo también llevo poco tiempo, empecé con el blog hace unos meses, al principio muy tímidamente, sólo para mí. Después de un tiempo ya me atreví a hacerlo público. Cuando quieras, puedes poner aquí ún enlace al tuyo.
ResponderEliminarYo empece ayer, literalmente, por lo que aun tengo que aprender como poner las cosas. Este es mi blog http://davidvidal91.blogspot.com.es/. Sólo he hecho una entrada, pero estás invitada a pasarte y a comentar cuando lo desees. Es un placer conocer a gente nueva que se mueva por estos lares. Un saludo.
ResponderEliminarHe visto tu blog y he leido tu entrada, muy buena! He intentado dejar un comentario pero el programa ese que hace escribir unos caracteres no me ha dejado. No veía bien las letras!
ResponderEliminarMuchas gracias por le mensaje. Supongo que al final se quedaría o escribirías otra vez. Un saludo :)
EliminarLo conseguí al quinto intento ;)
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