9 de enero de 2014

Hoy tampoco te llamé

Foto de aquí

Ha salido el sol. No lo tenías previsto, lo sé. Probablemente habías encargado un día gris para mí. Uno de esos en los que me pongo nostálgica y pienso que te necesito, y acabo marcando tu número. Me desperté y estaba lloviendo, pero ¿sabes qué hice? Eché las cortinas para ignorar la lluvia, permanecí dentro de casa con las luces prendidas y la música bien alta. Y me sentía tan a gusto... Y por fin, hace un rato, he percibido el brillo del sol tras las cortinas. ¡Sí! He apagado las luces y he abierto bien las ventanas, para dejarme bañar por los rayos que llegaban hasta mi butaca preferida (esa sobre cuyos brazos te lloré tantas veces). No entraba demasiada luz, pero sí la suficiente. Porque creo que no llegaste a enterarte de que ahora, desde hace un tiempo, las cosas más pequeñas son capaces de darme las alegrías más grandes. Sobre todo desde que aprendí a encontrarlas por mí misma.


18 de diciembre de 2013

Happy Christmas

Fotografía de aquí

La mesa había quedado perfecta. El mantel de damasco de su abuela reflejaba los guiños dorados de la luz de las velas. El candelabro de plata, las copas de Bohemia que había adquirido en aquella escapada a Praga cuatro años antes, los cubiertos de plata con sus iniciales, regalo de su padre por su graduación universitaria; todo estaba listo. Miró el reloj, y le pareció que las nueve y media era una buena hora para dar por iniciada la cena de Nochebuena. Se sirvió un a copa de vino y se sentó a cenar. La televisión emitía un programa especial en el que los actores parecían pasarlo muy bien. '¿Cuánta gente estará escuchando realmente lo que dicen?´, se preguntó.

Después de cenar, se sirvió un whisky con hielo y se sentó en la butaca frente al televisor. Al cabo de un tiempo, que no debió de ser poco por el entumecimiento de su brazo, la despertó el timbre del teléfono. Era él. Pobre... decía que la echaba mucho de menos, que le hubiera gustado pasar esa noche con ella, pero como ya sabía, no podía ser. Su mujer, los críos, sus hermanos, la familia política y un par de amigos cenaban en su casa, como cada año. Volvió a decirle lo mucho que hubiera deseado estar ahí con ella, y brindar, y besarse entre plato y plato. Prácticamente las mismas frases que en las últimas ocho navidades. Había acabado asumiendo que la vida era así, y que el sufrimiento es algo que el amor ha de llevar siempre implícito. 

´Tengo que dejarte ahora, me llaman. Y no estés triste´ -le había dicho él antes de colgar-, ´ya queda menos para después de Reyes, y tú sabes que te quiero más que a nada. Lo sabes, ¿verdad?´. Sí. Siempre respondía que sí, desde hace ocho años. Los mismos que llevaba queriendo creerlo, los mismos que llevaba detestando su soledad en aquel apartamento. Pero no quería pensar en ello. Recogió la mesa y se fue a la cama. Antes de apagar la luz, tomó en sus manos la fotografía enmarcada de la mesita de noche. Era ella, con unos cuantos años menos. Guapa y sonriente, con un brillo en la mirada que ya no recordaba haber tenido, aparentemente feliz. Al mirarla, se dio cuenta de que casi no se reconocía. Hacía tanto tiempo que no sonreía cuando no estaba con él...

´Feliz Navidad´, dijo mirando a la joven de la foto. 

29 de septiembre de 2013

Gracias, soledad

 
"Qué afortunada eres, se te ve feliz", habían sido sus palabras. Palabras que ella escuchó con estupor, pues venían de alguien a quien consideraba una de las personas más afortunadas de entre sus amigos y conocidos. Madre de una gran familia, amada y respetada por su pareja, sus hijos y hasta la familia política. Exitosa en el trabajo, gozaba de una vida muy cómoda y con ciertos lujos. Y esta mujer era quien le hablaba a ella sobre la suerte que tenía.

Ella, que acababa de separarse de su pareja tras casi veinte años juntos y dos hijos. Que acababa de descubrir que otro hombre que la había querido en la sombra, también había dejado de hacerlo, o probablemente nunca lo había hecho. Ella que no vivía con lujos, y gastaba más de lo que tenía por el mero placer de pasar tiempo con las personas a las que amaba, de verlos sonreír y reír con ellos. Que pasaba muchas tardes cuidando a una anciana mientras sus amigas jugaban al pádel o recibían clases de baile.

Pero su amiga tenía toda la razón. Aquella mañana de domingo de inicios de otoño, sola en su casa por segunda vez en la vida, dando un repaso a todo lo que había vivido y ante el panorama desconocido que ahora tenía ante ella, se sentía afortunada. Por primera vez era dueña de su vida, era libre y se sentía a gusto consigo misma. Y había aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas, de los pequeños momentos felices, de esa soledad tan nueva y deseada, de la paz. Ahora que estaba aprendiendo a no esperar nada de los otros, que sabía que ninguno de quienes la rodeaban pensaría más en ella que ella misma, empezaba por fin a sentirse, cada día, un poquito más feliz. Y eso, valía mucho más que estar acompañado. Por suerte.