Después de cenar, se sirvió un whisky con hielo y se sentó en la butaca frente al televisor. Al cabo de un tiempo, que no debió de ser poco por el entumecimiento de su brazo, la despertó el timbre del teléfono. Era él. Pobre... decía que la echaba mucho de menos, que le hubiera gustado pasar esa noche con ella, pero como ya sabía, no podía ser. Su mujer, los críos, sus hermanos, la familia política y un par de amigos cenaban en su casa, como cada año. Volvió a decirle lo mucho que hubiera deseado estar ahí con ella, y brindar, y besarse entre plato y plato. Prácticamente las mismas frases que en las últimas ocho navidades. Había acabado asumiendo que la vida era así, y que el sufrimiento es algo que el amor ha de llevar siempre implícito.
´Tengo que dejarte ahora, me llaman. Y no estés triste´ -le había dicho él antes de colgar-, ´ya queda menos para después de Reyes, y tú sabes que te quiero más que a nada. Lo sabes, ¿verdad?´. Sí. Siempre respondía que sí, desde hace ocho años. Los mismos que llevaba queriendo creerlo, los mismos que llevaba detestando su soledad en aquel apartamento. Pero no quería pensar en ello. Recogió la mesa y se fue a la cama. Antes de apagar la luz, tomó en sus manos la fotografía enmarcada de la mesita de noche. Era ella, con unos cuantos años menos. Guapa y sonriente, con un brillo en la mirada que ya no recordaba haber tenido, aparentemente feliz. Al mirarla, se dio cuenta de que casi no se reconocía. Hacía tanto tiempo que no sonreía cuando no estaba con él...
´Tengo que dejarte ahora, me llaman. Y no estés triste´ -le había dicho él antes de colgar-, ´ya queda menos para después de Reyes, y tú sabes que te quiero más que a nada. Lo sabes, ¿verdad?´. Sí. Siempre respondía que sí, desde hace ocho años. Los mismos que llevaba queriendo creerlo, los mismos que llevaba detestando su soledad en aquel apartamento. Pero no quería pensar en ello. Recogió la mesa y se fue a la cama. Antes de apagar la luz, tomó en sus manos la fotografía enmarcada de la mesita de noche. Era ella, con unos cuantos años menos. Guapa y sonriente, con un brillo en la mirada que ya no recordaba haber tenido, aparentemente feliz. Al mirarla, se dio cuenta de que casi no se reconocía. Hacía tanto tiempo que no sonreía cuando no estaba con él...
´Feliz Navidad´, dijo mirando a la joven de la foto.
La soledad en solitario es infinitamente más llevadera que entre la multitudinaria caterva familiar del compromiso, la tregua, el sopor y la hipocresía. La soledad nunca miente. Nunca traiciona. Nunca critica la espalda en la proporción que alaba la cara. Sé de lo que hablo. Sé de lo que habla esa chica del pescado y el güisky. Seguramente cenar con ella, habría sido una de las pocas cosas mejores que la soledad en la fidelidad inquebrantable de su silencio...
ResponderEliminarHermoso y emotivo, como siempre Izas. Un beso!
Muchas gracias, nunca dejas de escribirme un comentario, aunque vengas como anónimo ;)
ResponderEliminarUn abrazo.
La soledad..... muchas veces necesaria para hacer un alto en el camino y reflexionar,pero cuando se convierte en tristeza o añoranza hay que abrir puertas y ventanas y volar,buscar esas risas,complicidades o locuras que nos hacen vivir y que solo encontramos en compañía.Es una historia con mucho sentimiento. :)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUf, Nacho, no sé qué decir. Solo que espero que lo estés pasando ahora muy bien en África, y enviarte un abrazo. Y darte las gracias como siempre por tus comentarios.
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