18 de diciembre de 2013

Happy Christmas

Fotografía de aquí

La mesa había quedado perfecta. El mantel de damasco de su abuela reflejaba los guiños dorados de la luz de las velas. El candelabro de plata, las copas de Bohemia que había adquirido en aquella escapada a Praga cuatro años antes, los cubiertos de plata con sus iniciales, regalo de su padre por su graduación universitaria; todo estaba listo. Miró el reloj, y le pareció que las nueve y media era una buena hora para dar por iniciada la cena de Nochebuena. Se sirvió un a copa de vino y se sentó a cenar. La televisión emitía un programa especial en el que los actores parecían pasarlo muy bien. '¿Cuánta gente estará escuchando realmente lo que dicen?´, se preguntó.

Después de cenar, se sirvió un whisky con hielo y se sentó en la butaca frente al televisor. Al cabo de un tiempo, que no debió de ser poco por el entumecimiento de su brazo, la despertó el timbre del teléfono. Era él. Pobre... decía que la echaba mucho de menos, que le hubiera gustado pasar esa noche con ella, pero como ya sabía, no podía ser. Su mujer, los críos, sus hermanos, la familia política y un par de amigos cenaban en su casa, como cada año. Volvió a decirle lo mucho que hubiera deseado estar ahí con ella, y brindar, y besarse entre plato y plato. Prácticamente las mismas frases que en las últimas ocho navidades. Había acabado asumiendo que la vida era así, y que el sufrimiento es algo que el amor ha de llevar siempre implícito. 

´Tengo que dejarte ahora, me llaman. Y no estés triste´ -le había dicho él antes de colgar-, ´ya queda menos para después de Reyes, y tú sabes que te quiero más que a nada. Lo sabes, ¿verdad?´. Sí. Siempre respondía que sí, desde hace ocho años. Los mismos que llevaba queriendo creerlo, los mismos que llevaba detestando su soledad en aquel apartamento. Pero no quería pensar en ello. Recogió la mesa y se fue a la cama. Antes de apagar la luz, tomó en sus manos la fotografía enmarcada de la mesita de noche. Era ella, con unos cuantos años menos. Guapa y sonriente, con un brillo en la mirada que ya no recordaba haber tenido, aparentemente feliz. Al mirarla, se dio cuenta de que casi no se reconocía. Hacía tanto tiempo que no sonreía cuando no estaba con él...

´Feliz Navidad´, dijo mirando a la joven de la foto. 

29 de septiembre de 2013

Gracias, soledad

 
"Qué afortunada eres, se te ve feliz", habían sido sus palabras. Palabras que ella escuchó con estupor, pues venían de alguien a quien consideraba una de las personas más afortunadas de entre sus amigos y conocidos. Madre de una gran familia, amada y respetada por su pareja, sus hijos y hasta la familia política. Exitosa en el trabajo, gozaba de una vida muy cómoda y con ciertos lujos. Y esta mujer era quien le hablaba a ella sobre la suerte que tenía.

Ella, que acababa de separarse de su pareja tras casi veinte años juntos y dos hijos. Que acababa de descubrir que otro hombre que la había querido en la sombra, también había dejado de hacerlo, o probablemente nunca lo había hecho. Ella que no vivía con lujos, y gastaba más de lo que tenía por el mero placer de pasar tiempo con las personas a las que amaba, de verlos sonreír y reír con ellos. Que pasaba muchas tardes cuidando a una anciana mientras sus amigas jugaban al pádel o recibían clases de baile.

Pero su amiga tenía toda la razón. Aquella mañana de domingo de inicios de otoño, sola en su casa por segunda vez en la vida, dando un repaso a todo lo que había vivido y ante el panorama desconocido que ahora tenía ante ella, se sentía afortunada. Por primera vez era dueña de su vida, era libre y se sentía a gusto consigo misma. Y había aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas, de los pequeños momentos felices, de esa soledad tan nueva y deseada, de la paz. Ahora que estaba aprendiendo a no esperar nada de los otros, que sabía que ninguno de quienes la rodeaban pensaría más en ella que ella misma, empezaba por fin a sentirse, cada día, un poquito más feliz. Y eso, valía mucho más que estar acompañado. Por suerte.

 

1 de septiembre de 2013

La margarita


(He tomado prestada la imagen de aquí)

Había salido a pasear sola por el campo, en dirección al acantilado. No hacía demasiado calor, el sol calentaba su rostro como una agradable caricia. Hacía tanto tiempo que nadie la acariciaba que le hacía sentirse feliz. A medida que ascendía por el camino hacia la loma, la brisa marina era cada vez más perceptible y el aire jugaba con los mechones de pelo que se le escapaban de la coleta. Cerca ya del acantilado, le llamó la atención una margarita solitaria. La tomó entre sus dedos y arrancó el primer pétalo

- Me quiere..-.

Entonces, oyó un quejido muy leve, y la voz suave de la margarita comenzó a hablarle.

- ¡Espera! Por favor, no me arranques más pétalos, estoy segura de que no es necesario. ¿Te has parado a pensar que si realmente no estuvieras segura de la respuesta a esa pregunta, ya la tendrías?-.

- No. No la tengo. Y no puedo soportar más la duda. Por eso necesito que me ayudes a saberla-.

- Pero chiquilla, cuando alguien te ama es imposible no sentirlo. El amor hacia uno es como esta brisa que te despeina y golpea suavemente tus mejillas, como este sol que te hace cosquillas en la nariz. Cuando es amor, siempre se sabe. Cuando venís con dudas, soléis traer con vosotros la certeza de una respuesta que no queréis ver. Para empezar, ¿le has preguntado a él?-.

- Sí. Muchas veces. Y no quiere responderme-.

- Bueno, eso ya es una respuesta. Alguien que te quiere no te niega las palabras, ni permite que no seas feliz viviendo con dudas. Se preocupa por tu felicidad y hace todo lo posible por verte sonreír. Te propongo una cosa: si consigo ayudarte a que te respondas tú misma, no me quitarás más pétalos, ¿te parece?-.

- De acuerdo- dijo la muchacha. Se sentó sobre la hierba, colocando la margarita sobre su falda, y escuchó.

- Dime, ¿él te hace feliz, te mima, se esfuerza para que te sientas bien?-.

- A veces sí. Otras veces, me hace daño, pero creo que no tiene la culpa. Que la culpa es mía, porque le agobio-.

- Nadie es culpable de amar, y nadie merece ser tratado como un objeto de segunda mano. Eres una princesa, y tiene que haber unos cuántos príncipes deseando hacerte feliz, querida. Le estás disculpando, y lo sabes bien. Dime, ¿vive su vida contigo?-.

- No. Tiene otras obligaciones. Vive con otras personas, pero pasa algún tiempo conmigo-.

- ¿Hay algo que le impida vivir contigo, o fue su propia elección la que le llevó a vivir sin ti? Y, cuando estáis separados, ¿permanece cercano, se preocupa por tus cosas, por tu estado de ánimo, por tu felicidad?-.

- Fue su decisión. Y no, ya no se preocupa por saber si estoy bien, ni me llama cuando estamos lejos. Pero está muy ocupado, seguro que me echa de menos aunque no lo diga-.

- Cariño, no se trata de lo que uno diga, sino de lo que haga. Y él no lo hace. Creo que ya tienes tu respuesta, que la tienes hace tiempo y te negabas a verla. Lo único que necesitas es ser consciente de lo fuerte que eres, y hacer lo que sabes que debes hacer. No dudes de que eres preciosa, y mereces a alguien que sepa darse cuenta de ello y quererte. Dime, ¿de verdad necesitas arrancarme los brazos?-.

La muchacha soltó una lágrima. El aire era cada vez más fuerte y la secó enseguida de su rostro. Dio las gracias a la margarita, se puso en pie, sacudió su falda y siguió caminando hacia el borde del acantilado. Sentado allí, con los pies colgando hacia fuera, había un muchacho. Moreno, de piel tostada, mirando hacia el horizonte. Se sentó a pocos metros de él mirando hacia el mar. No pasó mucho tiempo hasta que él se pusiera de pie y se acercara a invitarla a bajar juntos a la playa. Su mirada era profunda y brillante. Y sincera. Se dio cuenta de que hacía muchos años que no veía una mirada tan sincera. Y sonrió.