Había salido a pasear sola por el campo, en dirección al acantilado. No hacía demasiado calor, el sol calentaba su rostro como una agradable caricia. Hacía tanto tiempo que nadie la acariciaba que le hacía sentirse feliz. A medida que ascendía por el camino hacia la loma, la brisa marina era cada vez más perceptible y el aire jugaba con los mechones de pelo que se le escapaban de la coleta. Cerca ya del acantilado, le llamó la atención una margarita solitaria. La tomó entre sus dedos y arrancó el primer pétalo
- Me quiere..-.
Entonces, oyó un quejido muy leve, y la voz suave de la margarita comenzó a hablarle.
- ¡Espera! Por favor, no me arranques más pétalos, estoy segura de que no es necesario. ¿Te has parado a pensar que si realmente no estuvieras segura de la respuesta a esa pregunta, ya la tendrías?-.
- No. No la tengo. Y no puedo soportar más la duda. Por eso necesito que me ayudes a saberla-.
- Pero chiquilla, cuando alguien te ama es imposible no sentirlo. El amor hacia uno es como esta brisa que te despeina y golpea suavemente tus mejillas, como este sol que te hace cosquillas en la nariz. Cuando es amor, siempre se sabe. Cuando venís con dudas, soléis traer con vosotros la certeza de una respuesta que no queréis ver. Para empezar, ¿le has preguntado a él?-.
- Sí. Muchas veces. Y no quiere responderme-.
- Bueno, eso ya es una respuesta. Alguien que te quiere no te niega las palabras, ni permite que no seas feliz viviendo con dudas. Se preocupa por tu felicidad y hace todo lo posible por verte sonreír. Te propongo una cosa: si consigo ayudarte a que te respondas tú misma, no me quitarás más pétalos, ¿te parece?-.
- De acuerdo- dijo la muchacha. Se sentó sobre la hierba, colocando la margarita sobre su falda, y escuchó.
- Dime, ¿él te hace feliz, te mima, se esfuerza para que te sientas bien?-.
- A veces sí. Otras veces, me hace daño, pero creo que no tiene la culpa. Que la culpa es mía, porque le agobio-.
- Nadie es culpable de amar, y nadie merece ser tratado como un objeto de segunda mano. Eres una princesa, y tiene que haber unos cuántos príncipes deseando hacerte feliz, querida. Le estás disculpando, y lo sabes bien. Dime, ¿vive su vida contigo?-.
- No. Tiene otras obligaciones. Vive con otras personas, pero pasa algún tiempo conmigo-.
- ¿Hay algo que le impida vivir contigo, o fue su propia elección la que le llevó a vivir sin ti? Y, cuando estáis separados, ¿permanece cercano, se preocupa por tus cosas, por tu estado de ánimo, por tu felicidad?-.
- Fue su decisión. Y no, ya no se preocupa por saber si estoy bien, ni me llama cuando estamos lejos. Pero está muy ocupado, seguro que me echa de menos aunque no lo diga-.
- Cariño, no se trata de lo que uno diga, sino de lo que haga. Y él no lo hace. Creo que ya tienes tu respuesta, que la tienes hace tiempo y te negabas a verla. Lo único que necesitas es ser consciente de lo fuerte que eres, y hacer lo que sabes que debes hacer. No dudes de que eres preciosa, y mereces a alguien que sepa darse cuenta de ello y quererte. Dime, ¿de verdad necesitas arrancarme los brazos?-.
La muchacha soltó una lágrima. El aire era cada vez más fuerte y la secó enseguida de su rostro. Dio las gracias a la margarita, se puso en pie, sacudió su falda y siguió caminando hacia el borde del acantilado. Sentado allí, con los pies colgando hacia fuera, había un muchacho. Moreno, de piel tostada, mirando hacia el horizonte. Se sentó a pocos metros de él mirando hacia el mar. No pasó mucho tiempo hasta que él se pusiera de pie y se acercara a invitarla a bajar juntos a la playa. Su mirada era profunda y brillante. Y sincera. Se dio cuenta de que hacía muchos años que no veía una mirada tan sincera. Y sonrió.