(Foto de Marcin Kesek)
He aprendido -tarde, como siempre, aunque está claro que hacerse mayor tiene este tipo de ventajas-, que muchas veces alimentamos la añoranza de las personas de forma equivocada. A veces, nos empeñamos en creer que la persona a quien echamos de menos es más importante para nosotros de lo que en realidad es. Y no contentos con ello, imaginamos que nos echa de menos de igual manera. Que la vida es tan injusta que mantiene alejados a dos seres que desean estar juntos, que se extrañan. La impotencia que brota en nosotros de esta ilusión romántica, es la que nos impulsa a echar de menos en exceso. A sentir la pena de que algo especial, no pueda llegar a ser. Creyendo que la otra parte lo desea de la misma manera. Pero tarde o temprano la vida, que sigue su curso sin compasión y no vive de ilusiones, nos va poniendo delante las pruebas de nuestra descabellada fantasía -nadie que te eche de menos permanecería alejado tanto tiempo, ni preferiría estar en otro sitio, ni dejaría pasar varios días sin saber si estás bien-. Y en el mismo momento en que descubrimos que el otro no nos extraña tanto como imaginábamos, que su vida sigue tan feliz como antes de cruzarse con la nuestra, aunque no esté en ella hace tiempo, llega la desilusión y la tristeza. Y el enfado con uno mismo por haber sido tan estúpido como la lechera del cuento. Parece que la pena no vaya a pasar nunca, pero pasa. Y un día, de pronto, sientes como si un enorme peso se liberara de tu cuerpo. Eres consciente de que dejaste de echar de menos en exceso, de que tu vida es tuya y es preciosa. Y ya no tienes que sentirte triste por él, al menos. Y de pronto descubres que ya no sufres. Porque no se puede echar de menos algo que no existe. Porque el hecho de saber que no era algo recíproco, te libera de sentir esa lástima por la otra parte. Y así, de la manera más tonta, dejas de sentir añoranza al saber que nadie te esperaba al otro lado del puente, y vuelves a ser feliz. Tú. Contigo. Ahora, por fin, en tu lado, reina la tranquilidad. Nunca es tarde, y realmente tú te la merecías hace tiempo. Ahora sí: VIVE.
Precioso Izas. Emotivo, pasional y realista.
ResponderEliminarBrechas en carne viva, derramando lágrimas y entrecortando el resuello, mientras la vida escapa por las heridas, pasando días y tiempos sin respuestas al dolor. Debatirse entre la oscuridad buscando ese rayo de luz que alumbre tu razón. Hasta que un día dejas de sangrar, remite el dolor y se abren las ventanas dando luz, aire fresco y vitalidad a la vida que perdías. Entonces miras atrás y dedicas unos segundos al recuerdo de aquel dolor tan tonto que padecistes... por nada!
Real como la vida misma. El pan nuestro de cada día. Al contrario que las abejas, las moscas desprecian la flor y golosas se hartan de mierda! No nos arrimemos nunca a mosca alguna. Arriésguémonos a padecer el aguijón y disfrutar de la rica miel que nos endulce la vida.
Un beso!
Muchas gracias Clandestino. Siempre fiel... Y tú sí que escribes bien.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas veces me he sentido como una viuda sin cadaver... Tal vez aquellos a quienes amamos, murieron. Ahora ocupan sus cuerpos y sus nombres unos desconocidos. La perplejidad dura hasta que aceptas que es a otra persona a quien amaste y guardas con cariño el tiempo compartido. Un beso, princesa ;)
ResponderEliminarMuchas gracias por entrar en mi blog, por dejarme un comentario, y por llamarme así. Ánimos, si los necesitas, de esta desconocida. Un abrazo
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