Bilbao, 1961. Una joven merienda
con sus amigos sentados a una mesa del Aterpe. Hace años que dejó su casa para instalarse
en Bilbao, donde tiene un taller de costura en el que ella y varias empleadas
también jóvenes hacen trajes y vestidos de novia para la alta sociedad
bilbaína. En sus ratos de ocio le gusta ir al cine con sus amigos y subir al
monte; de hecho ha ganado un par de copas como montañera en marchas reguladas,
luciendo chirucas con faldas de vuelo.
Un hombre entra en el bar y se
acerca a pedir un café en la barra. Y entonces la ve. Ella ríe a carcajadas con
la broma de uno de sus acompañantes, mostrando una boca grande y perfecta. Le
parece guapísima. Toma la cámara alemana que siempre lleva colgada del cuello y
dispara. Al cabo de unos días, vuelve a visitar el Aterpe en varias ocasiones y
recorre las calles de la zona, buscándola, hasta que por fin un día la joven aparece
de nuevo con su grupo. Se acerca a ellos y le entrega azorado una de las fotografías
que le había tomado.
Mi padre me había enseñado esa
foto hace años. La tenía guardada en una caja con llave en la que escondía sus
fotografías más preciadas y me la enseñó sin soltarla. Tiene que seguir en su casa
o en el fondo de algún baúl del trastero.
Este es repetido, no vale. Además a la historia tu le puedes sacar mucho más jugo.
ResponderEliminarO es que te duele al escribir sobre esos recuerdos de él, de ella.
A mi sí.
Besos Izk.
Hola, Nacho. El relato no está repetido, aunque tú lo has visto publicado en otro sitio de más reducido acceso ;-)
EliminarEs corto porque quería que lo fuera, pero gracias por animarme a escribir. Y por tus comentarios, siempre.