(He tomado la foto de aquí)
Julia llega a casa agotada tras un día como muchos otros: nuevos informes que realizar en el trabajo, llamada de la tutora del niño solicitando una reunión urgente -la tercera del trimestre-, revisión con la niña en el ortodoncista, llevar prendas a la tintorería, hacer la compra, pasar por casa de su madre tras recibir una llamada de socorro por culpa de una gotera... Lo único que le apetece es que lleguen las once.
Después de cenar los cuatro juntos, se aísla durante unos minutos del mundo dándose una ducha. El contacto del agua templada alivia su cuerpo cansado. Permanece varios minutos inmóvil bajo el chorro de agua con la mente en blanco, dejando que ésta golpee su cabeza y deleitándose de esos escasos momentos a solas. Después, se seca lentamente y se pone un camisón y un kimono que le trajo Roberto de uno de sus viajes de negocios, hace mucho tiempo. Un rato más tarde, una vez acostados los niños, es él quien le da las buenas noches con el habitual beso fugaz en los labios, pidiéndole como siempre que no tarde mucho en acostarse.
Las once. Julia está por fin sola en el salón de su casa, hecha un ovillo en su sillón preferido, y enciende el portátil que ha apoyado sobre su regazo. En la televisión, de fondo, se suceden las imágenes de una película romántica en blanco y negro, una de sus favoritas. Cinco minutos más tarde, la ventana de chat emerge en su pantalla:
- Buenas noches Julia-.
Una sonrisa ilumina su rostro, el cansancio acumulado queda en el olvido y la alegría la inunda, de pronto. Hoy, exactamente igual que las primeras veces, hace ya más de un año. Por suerte, siempre está sola a esas horas. Si alguien viera su cara en esos momentos, sabría lo feliz que se siente, libre y dueña de su vida. Disfruta los minutos como si el día estuviera empezando, en lugar de estar casi acabado, y responde:
- Buenas noches Johnny-.
Comienzan a charlar, se cuentan lo que han hecho desde la noche anterior, sus sueños, sus deseos, y también, tímidamente, sus sentimientos. Obvian hablar sobre los otros: las personas con las que comparten su vida. Ella le cuenta que le ha echado de menos, él le dice que ha pensado en ella mientras sonaba una de sus canciones en la radio del coche. Fantasean sobre ese viaje que quisieran hacer juntos si pudieran verse, si vivieran cerca uno del otro, si fueran libres. Hablan y hablan durante más de dos horas, que a ella se le antojan apenas minutos.
- Buenas noches Julia-.
Una sonrisa ilumina su rostro, el cansancio acumulado queda en el olvido y la alegría la inunda, de pronto. Hoy, exactamente igual que las primeras veces, hace ya más de un año. Por suerte, siempre está sola a esas horas. Si alguien viera su cara en esos momentos, sabría lo feliz que se siente, libre y dueña de su vida. Disfruta los minutos como si el día estuviera empezando, en lugar de estar casi acabado, y responde:
- Buenas noches Johnny-.
Comienzan a charlar, se cuentan lo que han hecho desde la noche anterior, sus sueños, sus deseos, y también, tímidamente, sus sentimientos. Obvian hablar sobre los otros: las personas con las que comparten su vida. Ella le cuenta que le ha echado de menos, él le dice que ha pensado en ella mientras sonaba una de sus canciones en la radio del coche. Fantasean sobre ese viaje que quisieran hacer juntos si pudieran verse, si vivieran cerca uno del otro, si fueran libres. Hablan y hablan durante más de dos horas, que a ella se le antojan apenas minutos.
- Tengo que irme, es ya muy tarde-, dice ella al fin, sin muchas ganas. -Sí, acuéstate ya. Pensaré en ti antes de dormirme, imaginando que te abrazo muy fuerte- contesta él - Mañana te esperaré aquí, a la misma hora. Buenas noches, Julia-.
- Buenas noches, Johnny, un beso-.
Julia apaga su portátil, la televisión y las luces del salón y se dirige apresurada hacia el dormitorio, quitándose el kimono por el pasillo. Son casi las dos de la madrugada y la casa se ha quedado fría. Siente un escalofrío. Al llegar a su cama, se mete casi de puntillas, procurando no despertar a Roberto. No quiere que esto ocurra, porque teme que pueda mirar la hora en el reloj de la mesilla y preguntarle qué ha estado haciendo hasta tan tarde. A ella no le gusta mentirle, no sabe cómo es capaz de ocultarle lo que está viviendo a sus espaldas y es consciente de que le duele engañarle.
Se acuesta de costado casi al borde de la cama y recuerda cada una de las frases de la conversación mantenida con Johnny, mientras mira distraídamente hacia la ventana. La persiana no está completamente bajada, y entre sus tablas se filtra la claridad de la farola. A su lado, Roberto yace también de costado. Hace sólo un minuto que ha apagado también su portátil y se ha metido en la cama deprisa, sabiendo que ella estaba a punto de llegar. Y permanece inmóvil, junto a ella, aspirando el perfume a melocotón que desprende la piel de su mujer, y pensando en el brillo renovado de sus ojos desde que comenzó a hacer esta locura, hace más de un año.
Julia apaga su portátil, la televisión y las luces del salón y se dirige apresurada hacia el dormitorio, quitándose el kimono por el pasillo. Son casi las dos de la madrugada y la casa se ha quedado fría. Siente un escalofrío. Al llegar a su cama, se mete casi de puntillas, procurando no despertar a Roberto. No quiere que esto ocurra, porque teme que pueda mirar la hora en el reloj de la mesilla y preguntarle qué ha estado haciendo hasta tan tarde. A ella no le gusta mentirle, no sabe cómo es capaz de ocultarle lo que está viviendo a sus espaldas y es consciente de que le duele engañarle.
Se acuesta de costado casi al borde de la cama y recuerda cada una de las frases de la conversación mantenida con Johnny, mientras mira distraídamente hacia la ventana. La persiana no está completamente bajada, y entre sus tablas se filtra la claridad de la farola. A su lado, Roberto yace también de costado. Hace sólo un minuto que ha apagado también su portátil y se ha metido en la cama deprisa, sabiendo que ella estaba a punto de llegar. Y permanece inmóvil, junto a ella, aspirando el perfume a melocotón que desprende la piel de su mujer, y pensando en el brillo renovado de sus ojos desde que comenzó a hacer esta locura, hace más de un año.
- Julia, si tú supieras...-.
Hoy, 16 de enero, mi amigo Gabriel Aúz, cuyo blog os recomiendo vivamente, me ha sugerido este vídeo de Jorge Drexler para ilustrar la entrada, y no me ha podido parecer más acertada su idea. Espero que os guste: