Apenas le quedan cinco días a este año y ya tenemos al siguiente tras la puerta, agazapado esperando su entrada llena de malos augurios en lo económico (el nuevo gobierno ya ha anunciado que seguiremos en recesión y, entre otras cosas, nos congelarán los salarios a los mismos de siempre, esos sueldos que ya llevan años en la fresquera). Por ese lado se vislumbran bien pocas esperanzas de mejora, así que nos queda todo lo demás, que no es poco.
Nos queda la ilusión de imaginar un mejor año en lo personal, cargado de sorpresas, gentes y lugares por conocer, y tal vez de nuevos propósitos. Esos que en teoría nos hacemos siempre, desde que éramos pequeños y vivíamos cada inicio de curso como si se trarara de una etapa crucial de nuestra vida, y nos proponíamos ser mejores hijos, estudiar más, hacer más caso a papá y mamá y a los maestros. Y pasábamos las yemas de los dedos sobre el forro nuevo de los libros, que con tanto cariño forraba mamá, prometiéndonos que lo haríamos mejor esta vez.
Ojalá consiguiéramos retomar ese espíritu inocente de la infancia en estos días y proponernos nuevos retos personales. Y por encima de todos ellos, el de no dejar de lado a los que nos necesitan, a quienes dependen de nosotros y aún tenemos la suerte de poder tener cerca, de poder acariciar y besar cada día. Y a los amigos, esos de los que muchas veces renegamos -algunos incluso, dudando de su existencia- y de los que a veces sólo nos acordamos para compartir una comilona o tomar unas copas y que, sin embargo, pueden necesitar más nuestra llamada cuando no hay nada que celebrar.
Por último, un propósito que no debería faltar y que deberíamos renovar cada día: sonreir más. Porque no tenemos idea de lo que puede suponer para algunas personas, una sola de nuestras sonrisas. Y cuesta tan poco...
Feliz 2012 para todos