Sábado 23 de septiembre de 1988, Fernández de los Ríos, Madrid
Blanca tiene 24 años y un rostro interesante y hermoso. Su piel clara es transparente como el papel cebolla traspasado por la luz; sus grandes ojos verdes iluminan la estancia en la que se encuentre con destellos de jade, incluso cuando está triste. Su boca es carnosa y rosada sin llegar a ser impúdica, y grande sin rozar el exceso. Su charla es ocurrente y jovial. Lleva un año viviendo con Manuel, a quien conoció en el último curso de carrera. Él tiene once años más que ella y diez centímetros menos; era su profesor de Derecho. Fisicamente no es llamativo, aunque es fuerte y varonil, con el mentón marcado y la nariz grande y armoniosa. Al contrario que ella, es taciturno y reservado.
Cruzaron sus primeras palabras en la cena de fin de carrera, en la que se sentaron frente a frente. Allí sufrió Manuel los primeros síntomas de enamoramiento, incapaz de retirar la mirada de aquella muchacha de enormes ojos cuyas manos aleteaban como mariposas blancas alrededor de su rostro mientras hablaba. Ella a su vez se había sentido halagada por la forma en que su admirado profesor la miraba, y dejó que la llevara a casa esanoche. Un año más tarde, compartían un apartamento en Argüelles.
- Están a punto de llegar, cielo, ve poniendo la mesa, por favor -. Blanca habla desde el baño, donde se da los últimos retoques de lápiz de labios frente al espejo.
- Falta 15 minutos, tenemos tiempo… -dice él abrazándola desde atrás y besándola el cuello, mientras sube una mano hasta su pecho.
- Si me destrozas el maquillaje te mato -ríe ella enseñando los dientes.
- Es que estás muy guapa. Verás la envidia con la que te miran las mujeres de los chicos.
Comienzan a besarse apasionadamente, se quitan la ropa con prisa uno a otro y hacen el amor allí mismo, de pie contra el mármol.
Sábado 23 de septiembre de 1995, Príncipe de Vergara, Madrid
Apoyada contra el marco de la puerta de la cocina, Blanca observa mientras la empleada doméstica ayuda a cenar al pequeño Manuel, que hace rodar un cochecito de juguete sobre la mesa. Manuel llega por detrás con la americana colgada del brazo.
- Vamos, cariño, que ya te queda muy poco. En cuanto acabes, un ratito de dibujos y a la cama, ¿eh? Flor, por favor, no deje que se acueste más tarde de las 9.
- Blanca, ¿ya estás lista? Llegamos tarde -interrumpe Manuel colocándose la chaqueta.
- Sólo me faltan los zapatos, tardo dos minutos.
- Tus dos minutos siempre me dan miedo.
- ¿He llegado tarde alguna vez, listillo?
- No me hagas recordártelas y date prisa, anda.
En su habitación, ella se retoca el carmín y se mira por última vez en el espejo del baño. Manuel asoma por detrás y se inclina sobre la espalda de ella para coger su frasco de colonia y rociarse el cuello.
- ¿Qué tal estoy?
- Bien.
- Ni siquiera me has mirado.
- Siempre estás bien, no seas boba. Serás la más guapa, tranquila. Aunque te hasarreglado demasiado para ver a los amigos de siempre.
- "Tus" amigos, querrás decir. No te creas que me apetece mucho ir; si lo hago es porque me has insistido, pero preferiría quedarme en casa con Lolo, ya lo sabes.
- Son nuestros amigos, Blanca, no sé por qué te empeñas en llamarles "mis" amigos después de tantos años. Si eres la que mejor se lo pasa… y se parten de risa contigo. Además, hace tres semanas que excuso tu ausencia, ¿para qué tenemos a Flor si no puedo salir con mi mujer a cenar un puñetero día a la semana?
- Pero no me regañes… ¡si estoy yendo contigo!
- Ya era hora. Por cierto, ese vestido es un poco corto, ¿no?
- Manuel, tengo 30 años, no querrás que me vista como una vieja.
- No, pero las mujeres de estos no van tan cortas. Y se cabrearán con ellos por mirarte.
- Tienen cuarenta años, hijo mío, yo no.
- Tienen mi edad, ¿me estás llamando viejo?
- Ay nooooo. Estás picajoso, ¿eh? Has empezado tú metiéndote con mi vestido.
- Venga, deja de pintarte y vámonos, que odio que seamos los últimos.
- Voy, pero no quiero que salgamos enfadados. Dame un beso, anda -le agarra por la cintura poniéndose de puntillas; él gira el rostro hacia el otro lado.
- Llevas carmín, vas a mancharme. Ya te daré lo tuyo esta noche -sonríe-. Venga, corre -termina, dándole una palmada en el trasero.
Sábado 23 de septiembre de 2002, Doctor Arce, Madrid
Manuel entra en el salón, donde Blanca está sentada leyendo un libro. A sus pies, la pequeña Alba juega con una muñeca sobre la alfombra.
- Bueno, me voy ya.
- ¿Vas a volver muy tarde?
- No lo sé.
- ¿Dónde cenáis?
- Por Tribunal, no me acuerdo del sitio.
- Lo decía por si me animo a ir luego a tomar una copa, hace mucho que no los veo.
- ¿En serio? Mejor otro día, el sábado que viene si quieres, la verdad es que no sé por dónde vamos a andar… ¿No tenías un cumpleaños hoy?
- Sí, pero no me apetecía mucho. Alba aún tiene fiebre, prefiero quedarme en casa.
- No tienes por qué, está la interna.
- Ya…
- ¿Y ese tono? - Blanca le mira muy seria, se levanta y se dirige a su habitación haciéndole señas para que la siga.
- ¿Qué pasa?
- Manuel, hace mucho que no hacemos nada juntos, sin los niños. Me paso los días metida en casa con ellos, ceno sola con ellos, y tú cada vez llegas más tarde.
- ¿Ya empezamos?
- Te cabreas cada vez que saco el tema…
- Sí. Es que no sé cuál es “el tema”. Si llego a casa tarde todos los días es porque tengo mucho trabajo. Trabajo gracias al que vivimos bastante bien.
- No hablo del trabajo; hablo de tus salidas nocturnas, de que llegues a casa de madrugada y con copas un día sí y otro no. Me siento muy sola…
- Pues sal con tus amigas, no me responsabilices a mí de no hacer nada.
- Pero quiero estar contigo.
- Sí, claro, y por eso te das la vuelta en la cama cuando te toco…
- No es verdad. Te echo de menos también ahí.
- ¡Ja! Qué huevos tienes… la última vez te faltó poco para ladrarme.
- Eran las dos, estabas bebido y pretendías follarme sin despertarme siquiera.
- Bueno mira, paso, no tengo tiempo, me están esperando. Hasta luego.
Manuel sale dando un portazo. Blanca acuesta a los niños y enciende el portátil intentando sentirse menos sola en compañía de extraños solitarios. Cuando él regresa a las tres de la mañana, acaba de acostarse pero se hace la dormida.
Sábado 23 de septiembre de 2009, La Moraleja, Madrid
Blanca termina de maquillarse y se mira al espejo del baño. Sonríe a la mujer del espejo al percibir ese brillo en sus ojos que había perdido hacia tiempo. Sigue siendo atractiva a sus 45 años.
- ¿Vas a salir otra vez? –dice Manuel, que acaba de entrar en el baño y se queda mirándola desde la puerta.
- Sí.
- ¿Con quién?
- Con Maite y las demás.
- ¿Otra vez? ¿Y dónde vais, si puede saberse?
- Por Tribunal. No me acuerdo del sitio... - Blanca se detiene con el lápiz de ojos en la mano y le mira a través del espejo, con un brillo de venganza en los ojos. Él esquiva la puñalada mirando por el ventanal del jacuzzi que da sobre la piscina.
- ¿Maite está separada, no?
- ¿Por qué? ¿Te interesa? Oye, no sé si te das cuenta de que me estás interrogando...
- No te interrogo, me intereso por tu vida. Pasas poco tiempo en casa y, cuando estás, no sueltas el móvil. Por cierto, te acaba de llegar otro mensaje, debes de llegar tarde.
Blanca se ruboriza, guarda el móvil en el bolso y sale del baño murmurando un “Hasta luego” desganado por el pasillo. No quiere llegar tarde a la cita con el hombre con el que chatea hace un año por messenger, el único al que ve reír embelesado escuchándola.
Manuel sube al piso superior, pasa ante la puerta de la habitación donde su hija ve una película de dibujos animados con una amiga de clase, y continúa hasta su despacho. Cierra la puerta y da unos pasos más hasta quedarse quieto frente a una de las paredes: aquella que llenó hace años con una colección de mariposas blancas clavadas con alfileres de color verde jade.
Sábado 23 de septiembre de 2016, Barrio del Pilar, Madrid
Llueve. Blanca toma un té leyendo un libro en su butaca favorita junto a la ventana. Está sola en el pequeño apartamento porque Alba ha salido con sus compañeras del instituto. Suena el teléfono.
- Hola –dice Manuel desde el otro lado-. ¿Tú vas a ir mañana al cumpleaños?
- Claro, es mi nieto, ¿y tú?
- Sí, sí, claro, pero igual llego más tarde, tenemos una cosa antes.
- “Tenéis”… así que vas a traerla…
- Sí. No veo por qué no; los chicos ya la conocen.
- Sí, muy civilizado todo... Perdona pero no me parece normal tener que encontrarme con ella justo en casa de nuestro hijo.
- Pues lo siento pero tendrás que acostumbrarte. Ella también es parte de mi familia ahora y creo que es mejor que nos llevemos bien todos.
- Caramba, chico, qué moderno te has vuelto con la jubilación.
- Bueno oye, sólo te llamaba para recordarte que el fin de semana que viene me llevo a Alba con nosotros al campo. Se lo he dicho a ella y le apetece.
- Bueno...
- Venga, hasta mañana.
- Adiós.
Blanca apura su té, deja el libro sobre la butaca y se levanta. Se dirige a su cuarto, colocándose frente al espejo de cuerpo entero. Da un par de giros y se estudia. Tiene 52 años y sigue siendo atractiva; casi siempre le gusta la mujer en la que se ha convertido, aunque a veces lamenta haber sido una de dos que no supieron quererse entre sábados.
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