He quedado con tres amigos para comer en el local de Carlos, muy cerca de mi lugar de trabajo. Como siempre, llego unos minutos antes de la hora, aún sabiendo que ellos no llegarán antes de 15 minutos, pero no me importa. Me gusta llegar un rato antes y quedarme charlando con el dueño mientras me tomo la primera cerveza y me fumo un cigarro. Carlos agita los brazos desde la acera como si ayudara a aterrizar un avión mientras me ve bajar. Me da un beso en la frente –“buenos días princesa”- y pide una Alhambra 1925 por la ventanita que da al interior del bar. Mientras él va y viene entre las mesas llevando cartas, ceniceros y cubiertos y pegándome un pellizco en el moflete al pasar de vez en cuando –es de esos hombres torpemente cariñosos que cuando intentan hacerte un mimo te hacen daño-, escucho sin querer la conversación de dos mujeres sentadas detrás de mí. No es que yo tenga las antenas muy largas, sino que el volumen de sus voces es bastante escandaloso.
La
que más habla empieza a relatarle a su amiga los festejos preparados para el
cumpleaños de su hija, que no debe de tener más de ocho años. Mi asombro va en
aumento a medida que escucho los puntos del programa de festejos. Habrá
castillos hinchables y un grupo de animadores, soltarán cabritos (SIC; cachorros
de la especie caprina), después un grupo de cochinillos (vivos, sin manzana en
la boca ni nada, para el deleite correteador de los asistentes), y a
continuación aparecerá un caballero medieval con su cota de malla, que nombrará
solemnemente a la homenajeada “princesa Alina". Esto último me hace pensar
que cuando bautizaron a la criatura ya tenían planificada una fiesta medieval.
No
puse mucha atención al relato del menú, pero sí me quedé con el detalle de la
tarta, que como en una boda cortará la niña con un “sable infantil”. Me parece un
detalle de la organización que no le den una katana, la verdad. Imaginarme a
una niñita rubia con coletas arremetiendo una tarta de Hello Kitty como Uma Thurman
en Kill Bill era bastante grotesco.
-
El caballero lleva espada y todo, y se la impone en los hombros, tía, mola
mogollón -.
Tras
los postres, el restaurante obsequiará a la niña, que a estas alturas se habrá
convertido ya en un globo aerostático relleno de satisfacción y gozo, con una
tablet o un móvil, a elegir por los padres pagadores.
-
Todavía no lo he elegido, tía, ¿qué te parece a ti más adecuado? -.
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