21 de octubre de 2016

K

Alberto es médico, como mi padre, pero creo que a él nadie quiere matarle. Lo sé porque cuando me lleva al colegio recorre todos los días el mismo camino y hasta bromea con nosotros en el coche. El colegio me gusta, aunque aún no entiendo la mayoría de las cosas que me dicen. Mi momento preferido allí es el recreo, porque no es necesario hablar para jugar, y sobre todo porque los niños no me miran con esa lástima benevolente que encuentro siempre en las miradas adultas.

Alicia también es muy buena conmigo. Me sonríe al secarme el pelo con la toalla después del baño, y me besa cada noche después de contarme un cuento. Pero me acuerdo mucho de mamá, y no logro sentir con ella el calor que notaba apretado entre sus brazos. Aún con la ropa empapada y la boca sabiendo a salitre, mamá lograba calentarme el corazón y la piel contra su pecho.

Mi nueva familia dice que este verano nos llevarán a la playa. Lo anuncian con los ojos brillantes y grandes sonrisas, como si el mar fuera algo maravilloso. A mis nuevos hermanos parece gustarles mucho la idea, pero yo siento que me ahogo, no quiero ir. No soporto la idea de volver a ver ese mar oscuro que se tragó a mamá tan cerca de la orilla. El monstruo que me privó de sus cálidos abrazos, y de esa forma suya tan dulce de decir mi nombre: Karim.


16 de octubre de 2016

La importancia de un sufijo

Hay verbos que sólo deberíamos usar en su forma reflexiva. 

No todos, por supuesto, pero sí algunos. Hay verbos que representan acciones agradables en sus dos formas. Escribir, por ejemplo, me parece una forma muy agradable de pasar el tiempo. Pero escribirse es mucho más. Algo que siempre me gustó hacer, y que en general hacemos cada vez menos. Lo hemos sustituido por enviarnos un meme de vez en cuando, y desde luego no es lo mismo. No por el contenido, que ya en sí es bastamte lejano a una comunicación personal, sino sobre todo porque no somos el destinatario elegido por quien lo envía, sino uno más de una lista de sospechosos habituales.

Comer es otro de esos verbos ambivalentes. Representa una acción siempre placentera, tanto en su forma básica como con sufijo. Lo mismo que besar y reír. Mirar, en cambio, tiene sus matices. Denota una acción sencilla que, en su forma reflexiva, deja de serlo tanto y puede llegar a convertirse en poesía. Con amar tengo mis dudas. Es hermoso en las dos formas, pero bastante más satisfactorio en reflexivo.

Pero el que siempre me ha llamado más la atención es el último. La diferencia entre echar de menos y echarse de menos es un mundo. En su primera forma, el corazón se encoge porque siente la falta de alguien que tal vez ya no está entre nosotros, o el desapego de quien aun estando, no nos recuerda. Se  trata de una acción en solitario que no aporta nada al individuo que la realiza y que debería por su bien dejar de ejercer. Cuando en cambio la acción se realiza con el sufijo verbal, genera alegría y felicidad. La distancia puede convertirse en cercanía, y uno acaba dando gracias a la vida por poder tener a alguien que sienta lo mismo que tú aunque no esté a tu lado.

Ojalá existiera un mecanismo mental que detectase el mal uso de algunos verbos y nos avisara para dejar de utilizarlos. Científicos del mundo, os invoco.


13 de julio de 2016

Hablemos



Tengo que decirte algo. Ahora que ni siquiera me estás mirando es el mejor momento, porque no sé si sería capaz de decirte todo esto con tus ojos clavados en los míos. Todos creen que soy valiente, pero hay cosas que no he sido capaz nunca de decirte, palabras que cuando me miras se enredan en mi garganta y construyen un dique contra el que no tengo valor para luchar. Te he querido mucho, ¿sabes? Sí, creo que lo sabes o, al menos durante un tiempo, lo supiste. Aunque yo solo te lo haya dicho un par de veces hace años. Te quería aún incluso cuando me abrazabas por la espalda quejándote en mi cuello de mi frialdad para contigo y buscando que repitiera esas palabras que siempre has dicho más que yo. Pero no lo hice, porque hacía ya un tiempo que no estaba segura de seguir queriéndote. Creo que me equivoqué. Me equivoqué muchas veces, y tantas otras simplemente no supe quererte. Creo que ese error lo hemos cometido ambos. Uno piensa que basta con querer a alguien, y sin embargo nunca es suficiente. Hay que saber querer, y querer bien. Quiero pedirte disculpas porque yo no supe hacerlo, aunque tú lo merecías probablemente todo. Siento tanto que no hayamos sabido hacerlo bien ninguno de los dos. Lamento profundamente todas esas frases hirientes que nos han llevado a enrrocarnos en este silencio que duerme entre nosotros hace años. Lo hemos alimentado los dos, y nos hemos amargado mutuamente con ello. Ni siquiera sé si te quiero, perdóname, ya sé que soy un desastre. De lo que estoy segura es de todo lo que tengo que agradecerte. He ido convirtiéndome en la mujer que ahora soy a tu lado. Me he sentido muy querida, protegida y durante un tiempo, admirada. Me has enseñado muchas cosas. La más importante, sin duda, el amor incondicional a la familia por encima de todo. Nadie como tú ha sabido limar las diferencias entre unos y otros para mantener unidas a todas las personas que quieres, incluso tragando sapos, porque no pensabas nunca en ti mismo antes que en ellos. Eres un buen tío, ¿sabes? Y habría que ser muy torpe para no saber quererte. Pero me temo, querido amigo, que soy la persona más torpe del mundo. Lo siento. Lo siento mucho. Tenía que decirte todas estas cosas, y hasta hoy no encontré el valor. Por eso te las digo ahora, sin mover los labios, mientras duermes profundamente a mi lado y sé que no me vas a interrumpir.